Peter Magnus
¿La cosa es usar el modo imperativo de los verbos para hablar o para imponer? Tenemos lindezas de este tipo dichas por nuestros “representantes”: “presidentes”, “reyes” y “príncipes” para escribir un libro o para que la RAE (otro nido de secuaces, donde los haya) amplíe el diccionario real de la lengua española.
En este caso del que hoy quiero ocuparme en el que rey (Juan Carlos I) y opositor al puesto de generalísimo (Tejero) nos pusieron los cojones como amígdalas, hubo, como siempre, demasiada desinformación y ríos y ríos de tinta y metros y metros de vídeo para hacer que el rey lavara su imagen ante el pueblo español que se tragó todo el rollo de la transición a la democracia tras la dictadura, y la defensa que de ésta hizo el rey ante el golpe del 23F: eran, son y serán, los mismos perros con distinto collar.
Ha llovido desde entonces, pero toda esa agua junta no acaba de limpiar las alcantarillas, todas ellas llenas de ratas, y otras alimañas no menos desmerecedoras del adjetivo que las clasifica como lo que son: despreciables. Y sigue lloviendo sin el menor resultado: los miserables especuladores siguen ocultando bajos sus máscaras lo que realmente son.
Tenía yo diecinueve años aquella tarde, o aquella noche. Estaba con unas amigas y amigos, la @ todavía no la usábamos para lo que llaman economía del lenguaje, en la discoteca había legionarios con uniforme (entonces todavía los soldados los vestían cuando salían), cuando de repente vimos entrar a unos seis policías militares que se llevaron a todos los soldados de allí en un periquete. Vimos a algunos afines a lo militar (hijos de guardias civiles y militares) reunirse en pos de ir a su sede de fuerza nueva, para asir las pistolas, eso es lo que el cabecilla dijo, y eso es lo que oí cuando atónito los observaba salir. Me pregunté qué estaría pasando, porque en poco tiempo la discoteca se quedó vacía, así que una amiga y yo decidimos salir y pasear (los demás se fueron a sus casas), las calles estaban desiertas, solo veíamos, de vez en cuando, los coches de la policía militar que cruzaban alguna calle con las sirenas puestas. Algo gordo debía estar preparándose, pensamos mi amiga y yo. En el paseo, ajenos a lo que estaba sucediendo en España en esos momentos, nos dieron las tres y pico de la mañana. Las calles a esas horas parecen lugares de ensueño propicios al amor. Me despedí de mi amiga y me dirigí a casa. Mi madre me estaba esperando alterada y muy preocupada- "Otra vez nos van a meter el plomo entre los huesos" dijo y yo no entendí nada. Lloraba como una desconsolada, mi padre que dormía se despertó y dijo: "Malos tiempos de nuevo, pero eso no había más que verlo". Entonces me explicaron lo sucedido y sentí frío, no sé si por el relato de los hechos o por haber permanecido demasiado tiempo paseando, o por las dos cosas, mi amiga y yo aquella noche sin saberlo nos habíamos jugado el tipo. Los militantes de fuerza nueva habían dado el pistoletazo de salida a su particular caza de brujas.
Luego vino el rey con su carita de yo no fui y quedó, como eso, precisamente, como un rey a favor de la libertad y la democracia, y el mundo lo ensalzó y limpió su imagen y la de la dictadura de España, que será la única en el mundo en la que todavía siguen impunes los crímenes cometidos por el lado vencedor, que todos sabemos, y no me canso de decirlo, dónde vive, y donde ejercita sus desmanes.
-¡Que se sienten coño!- sonaron varios disparos. Y así no hay democracia que valga. Teníamos dos opciones y ninguna era buena, así que se decidió por la menos malas de las dos: la dictadura encubierta de una falaz democracia en la que los hilos los seguían moviendo los mismos, Estados Unidos satisfecho del continuismo instaurado por su política exterior y aquí paz y luego gloria, total ya casi todos los obreros podían comprar el coche oficial de la Marca que se nos vendió como progreso.
¿Qué sería de un españolito de aquellos tiempos sin el Seat 600 y el bigotito? Pero, ¿qué será de un españolito de estos tiempos sin Seat 600 y sin bigotito?
Peter Magnus
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