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24 nov 2013

Todo encajaba, como en aquella cajonera



Juan J. García
Había una pintura en el pasillo de casa de mi abuela en calle Bolsa que a mí no me dejaba igual, tenía misterio y debía haber una historia detrás para que aquello estuviera allí. Antiguamente todo lo que se colgaba en las paredes de una casa tenía una razón, ¡o no!. 



El tema era inusual, porque las pinturas si no eran religiosas (éstas generalmente colgaban en las alcobas), eran de paisajes nunca vistos por aquí de montañas de picos nevados con ríos y puentes, o motivos de cacerías horripilantes e impensables, de ciervos abatidos por jinetes y perros. Ese óleo al que me refiero y yo miraba ensimismado, elucubrando cosas desde mi metro de altura, era más parecido a esas pinturas votivas que yo había visto en la capillita del Carmen en Bajo de Guía, en las que a partir de relatos de hechos milagrosos, los pintores por encargo, plasmaban cosas difíciles de creer. Pero el caso concreto que traigo aquí no era ni mágico, ni milagrero, ni soñado, porque con el tiempo, por mi mismo averigüé, que aquello que contaba el cuadro había sucedido. 



La flota de pesqueros de bajura de ese tiempo del que me ocupo, era muy frágil y expuesta a los avatares del mar. No llevaban radio, ni sondas, apenas, salvo la brújula, ninguno de esos inventos de ayuda a la navegación se habían incorporado a las embarcaciones, casi practicábamos la navegación por estima que nos enseñaron los fenicios. Raro era el año que el luto no vestía a las familias marineras, las señoras si no iban de negro, llevaban el hábito del Carmen. En la mente de todos están, por citar sólo algunos, los naufragios del Leonor (propiedad de mi familia, se hundió una noche de niebla cerrada frente a La Jara), el Mascato (en la piedra de Salmedina, donde desaparecieron seis tripulantes, ayer estuve viendo sus caras en el bar de la Hermandad), la Samaritana, que se la llevó por delante un mercante y nunca más se supo... Pero no todos los naufragios fueron nefastos para la flota sanluqueña, como veremos ahora.

Mi abuelo había sido el patrón, entre otros, de una pareja (en otros lugares le llaman bous). Se trataban de dos barcos gemelos que practicaban el arrastre cerca de la Costa (aquí llamaban así a las aguas próximas a Matalascañas). Mi abuelo debió de poseer, no solo conocimientos de la pesca, sino también de una navegación ancestral, porque estas parejas iban con velas latinas y timón a la caña; más tarde se le incorporaron motores, además de esa vela triangular colgada de una botavara izada a voluntad en el mástil.



Años después, cuando ya no contaba en este mundo con mis abuelos, recogí un mueble de su casa que aun conservo. Era una cómoda algo especial, debió ser moderna y atrevida en aquella España pacata, porque en la hilada baja formada por tres cajones, uno de ellos incorporaba ese invento francés que era tabú en los hogares españoles, un bidé, era retráctil y quedaba camuflado como un cajón más. En otro de los cajones se arremolinaban papeles, curioso que es uno, me vino a la mano un texto escueto pero en francés, que venía a decir algo así como que a mi abuelo, el gobierno galo le otorgaba una condecoración por haber ayudado en el salvamento de un naufragio, un buque mercante de esa bandera, perdido en la bahía. De pronto vi que todo encajaba. En la pintura del pasillo de entrada a casa de mis abuelos, que aún permanece en mi retina, trataban de contarnos que, en una noche oscura un mercante color claro, se lo tragaba el mar, y dos pesqueros, situados en primer plano, remolcaban a botes salvavidas llenos de personas. ¡Claro!, mi abuelo había acudido con su pareja al salvamento de aquel buque francés. 


¿Sabéis queridos amigos que a día de hoy sigo buscando el cuadro? ¡Lástima!, cuando supe todo el significado de la pintura, resulta que nadie sabe donde está el cuadro. La pintura es plana, con un dibujo malo y carente de perspectiva, oscura, sin valores estéticos ni artísticos, a mi me apetece verla, aunque solo sea por única y última vez. 

Si alguien de los que leen esta misiva pudiera darme alguna pista, le estaría eternamente agradecido. 

Juan José García Rodríguez

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