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22 sept 2013

Dualidad



Juan Antonio Gallardo
Uno me susurra que me quite de una vez el yelmo y me marche con el buen Sancho a la taberna, a bebernos allí la espuma de los días. Pero el otro está dibujándole un estanque de aguas cristalinas a la Ínsula Barataria y mira de reojo a Rocinante, por si tuviésemos que cabalgar de nuevo.

Uno considera calderilla, migajas de la vida,  todo lo que poseemos  y el otro escribe poemas sobre la amistad, estampas familiares, apuntes del natural como los fotógrafos empeñados en trascender sobre la fugacidad del instante.

Uno constata la certeza corrosiva de la muerte y el otro anota el leve movimiento de una flor y le parece eterna la flor. Y la vida.

Uno frente al cuerpo desnudo se agavilla en la melancolía de las convenciones y el otro frente al mismo cuerpo sólo cree en el alfabeto del deseo.

Hay días que se caen de los almanaques heridos, abatidos, vencidos. Y hay días en los que colgamos en nuestra sonrisa, nuestro balcón al mundo,  las guirnaldas de la fiesta.

Hay días en los que entraríamos en la sucursal bancaria con una metralleta, otros con un papiro, henchidos de razón, empachados de historia.

Hay días que estrangularíamos al pijo tan pendiente del lustre y del aliño indumentario, otros nos hace gracia esa atención al atavío, tan infantil.

Hay ratos en los que el cuerpo nos pide la huida, la indolencia, entregarnos a la pereza existencial y otros que se diría que padecemos el mal de sambito (el baile San Vito, que decía mi abuela) y no podemos parar la fabulosa construcción de esos castillos que en el aire flotan y que duran lo que duran.

Uno me está diciendo que todo esto es una tontería, todo. Y creo que lleva razón, pero el otro ya está buscándole literarias aristas, musicales quejidos a este desaliento. 

Juan Antonio Gallardo

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