Antonio José Cantos Lobato
Hace cuarenta años marché trasladado a Sevilla, y en mi afán por recordar permanentemente mis raíces me llevé algunas postales de las que vendía Manolito el de los Periódicos -Librería o Papelería Reyes se llamaba- y entre ellas hay una que es la postal por excelencia de Sanlúcar -por lo menos de aquella época-: una barca varada en la arena con el rezón clavado en la orilla y el Coto de Doñana de fondo. Postal clásica donde las haya.
Cuando iba de vacaciones no notaba el paso del tiempo en mi tierra, continuaban las mismas cosas y, sobre todo, la parsimonia, ese entender la vida poco a poco. Ese ver pasar las horas y los días en el mismo sitio -sitio privilegiado por cierto, el paraíso según yo lo entiendo-, viviendo una ensoñación permanente por su estupendo clima, sus puestas de sol únicas y ese querer agradar a todo el forastero. Así una vez y otra, un año y otro…
Las infraestructuras de la ciudad parecían ajadas y a pesar de la belleza de la población había un clima decadente en el ambiente ciudadano. Siempre las mismas cosas, siempre los mismos lugares, siempre los mismos sitios… A mi mente acudió la postal: Sanlúcar era una barca varada. La indolencia parecía ser una norma de la población que vivía mirándose el ombligo del qué bien se vive aquí, sin levantar la cabeza y buscar nuevos horizontes, sin levantar el rezón de la arena y echar la barca a caminar, sin ponerse a pensar que sin perder la belleza de los lugares de la ciudad sus habitantes pudiesen tener una mejor calidad de vida a poco que se lo propusieran…
Ha pasado el tiempo, y siguen estando los mismos errores: el colector del emisario de las aguas fecales se rompe cada año derramando el detritus en la arena y el hedor que ello produce con la mala imagen que proyecta. Parece que no se haya enterado nadie que se ha construido un túnel que atraviesa el Canal de la Mancha uniendo a Francia con Gran Bretaña. ¿Tan caro es comprar unos materiales, una canalización que solvente esos problemas anuales que dañan la vista y la blanca arena de su extensa playa? Una ciudad cuya principal fuente de ingresos es el turismo no puede permitirse que ocurra eso año tras año y menos ahora con la fuerza que tienen las redes sociales que en un instante pone al mundo al corriente de lo mal que se encuentra la playa de Sanlúcar, llamando la atención negativamente sobre aquel que quiera dejarnos sus dineros para disfrutar del encanto y del clima sanluqueño, en suma, alejando al posible turista.
Continúa la barca varada. Cambió el régimen dictatorial y llegó la democracia y se pensó que era la panacea de un país harto de estar harto. Pero, ay, los nuevos tiempos políticos colocaron en las poltronas nacionales y locales a una gran cantidad de gente inepta e incapaz a los que les venía muy grande la responsabilidad de gobernar las ciudades y el país.
Por lo que respecta a Sanlúcar, los alcaldes tenían muy poca formación académica y personal. Ocupaban las distintas concejalías los amigos o parientes -nepotismo- de los alcaldes en funciones tuvieran o no preparación, que había -y hay- más de lo segundo que de lo primero. Los capitulares también se miraban el ombligo en su propia complacencia de ganar dinero a costa de sus conciudadanos y poniendo al servicio de la ciudad su mucha voluntad y su poco conocimiento. Una cosa sí les quedó claro: la poltrona había que defenderla a capa y espada -perdón, urna- y, digo yo, que empezarían a pensar que con lo fácil que era ganar las papas en una situación que jamás habrían conseguido profesionalmente no podían perder la mamela en ninguna de las elecciones posteriores, y luchaban con uñas y dientes por la consecución del voto que les mantuviera en el poder y a los votantes, los contribuyentes, que son los que les pagaban -y les pagan- el sueldo, que les diera por el saco.
Mientras la barca continuaba varada, moviéndose sólo con el vaivén del suave oleaje fluvial, en Sanlúcar se echaban parches en calles y en edificios -en algunos, otros continúan derruyéndose por abandono- para dar la impresión de que se hacía algo. Y como los veraneantes seguían viniendo a pesar de las dificultades urbanas y playeras, pues a seguir viviendo del cuento de la dedocracia o memocracia, que tanto da -no, no me he equivocado en ninguno de los dos supuestos-. Alcaldes de uno y otro signo, munícipes de uno y otro color se sucedieron sin que ninguno tuviese más allá del bachillerato. Y, claro, si había algún edil que estaba más preparado y discrepaba, se le hacía la vida imposible y no se le tenían en cuenta las sugerencias que pudiese aportar aunque tuviesen bastante contenido y fuesen bastante importantes y/o interesantes, porque la medalla de la iniciativa de lo poco que se hiciera se la tenía que adjudicar cada partido fuere como fuere. La pluridad de ellos hizo posible que cada uno consiguiera llenar sus bolsillos personales aunque la barca, pobrecilla, no se moviera.
Desde mi panorámica de sanluqueño ausente de diáspora obligada, veo que la ciudad ha ido cambiando su fisonomía a cuentagotas, poquito a poco, para que no se altere la idiosincrasia sanluqueña. Una de las muestras de esa parsimonia administrativa local fue lo del Club de Campo. Tanto dirimieron su construcción, tanto discutieron los partidos sobre su conveniencia o no, que Alfonso de Hohenlohe, su promotor, por poco no lo ve terminado -falleció poco después-. Hoy el Club de Golf es una espléndida realidad al que quizás le falte un buen departamento de marketing.
Ante la celebración del 500 aniversario del Descubrimiento de América y bajo el paraguas de la Expo’92 se construyó la mejor infraestructura de la ciudad, la avenida del Quinto Centenario, convirtiéndola en una de las arterias principales de la población y quitando toda la mierda que había en el Arroyo de San Juan. Otra muestra de lo conseguido en treinta y tantos años es que han colocado una enorme pileta en la Plaza del Cabildo sustituyendo a aquella recoleta fuente que la identificaba. Su lugar lo ocupa un mamotreto que para lo único que sirve es para que la gente se siente en el borde, con cuidado, claro está, no se vayan a mojar las posaderas. Otro de los cambios ha sido diseñar un nuevo escudo en el que han cambiado la historia de la ciudad, colocando la corona borbónica -no sé si como un guiño a la monarquía reinante- en el lugar de la corona ducal que históricamente le corresponde. Pero, eso sí, han nominado a la antigua Calzada del Ejército con el nombre de Avenida de la Duquesa Isabel. Algo es algo para una casa de Medina Sidonia que fue santo y seña de la ciudad durante muchísimos años y en cuyo Palacio se conserva uno de los archivos históricos mayores de España, por no decir el mayor, y que la iniciativa privada quiere convertirlo en Patrimonio de la Humanidad. Todo un pelín tarde, pero bienvenida sea la iniciativa.
De lo mejor conseguido ha sido la peatonalización del centro de la ciudad que ha acomodado el paseo de los viandantes. Esto contrasta con el nuevo paseo marítimo que es un auténtico adefesio y que ha sustituido al primero, mucho más artístico y armónico, con losetas bicolores y unos viales mucho más estéticos que el cemento de ahora.
Esperemos que los nuevos gobernantes se pongan las pilas, miren hacia adelante, se pongan en marcha con proyectos ilusionantes y efectivos que haga posible levantar el rezón de la arena de la barca varada de Sanlúcar, porque de lo contrario el relente y el salitre del mar hará que se desprenda la pintura, que se la coma la herrumbre y que termine pudriéndose.
Antonio José Cantos Lobato

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