Páginas

10 feb 2012

Envida Rajoy

Miguel Romero

Aprovechando la feliz casualidad de contar con un micrófono abierto a su lado, Rajoy se ha vanagloriado de que la dureza de la reforma laboral que prepara le “va a costar una huelga general”. Esto de los “micrófonos abiertos” está convirtiéndose en un recurso prioritario para las “filtraciones fabricadas”, cuya función es difundir intenciones de las que no hay que dar cuenta formalmente, pero sirven para calibrar las reacciones no tanto de sus interlocutores directos, como de los medios y de la “opinión pública”; habría que añadir “y de las fuerzas parlamentarias”, pero en estos momentos a Rajoy eso le tiene sin cuidado.



Hay dos aspectos de la puesta en escena que merecen destacarse. En primer lugar, la “filtración” se produce en un organismo, el Consejo Europeo, y ante unos políticos, los presidentes de gobierno de la UE, que toman como una condecoración hacer frente a una o más huelgas generales, y mostrar que son inmunes ante ellas. Precisamente, la reunión del Consejo ha coincidido con la primera huelga general en Bélgica en cerca de veinte años. Los sindicatos convocantes la consideran un éxito en términos de participación. No hay por qué dudarlo, pero sus resultados políticos están bastante menos claros; no parece que el gobierno belga vaya a mover una coma de su plan de “austeridad”. Aunque volveré sobre este tema más tarde, llama la atención que las “alternativas” que según la prensa plantean los sindicatos convocantes son “los eurobonos o medidas a favor de una fiscalidad más justa”. Si ha sido así, hacen falta muchas ganas de luchar para ir a una huelga general por semejantes objetivos.



Esos son los destinarios “externos” de la “filtración”. Pero los “internos” son más significativos y, sin duda, Rajoy pensaba fundamentalmente en ellos como receptores del mensaje. La “filtración” constituye, por una parte, un desafío a los sindicatos mayoritarios a escala estatal, CC OO y UGT, supuestos convocantes de esa huelga general; por otra parte, lanza un mensaje de dureza y firmeza ante lo que viene, dirigido a toda la sociedad española, destinado a convencer a priori de que una huelga general estaría “condenada al fracaso”; en fin, busca movilizar a la base electoral del PP contra esa supuesta huelga (y no olvidemos que el PP ha sido el 20-N y de lejos el partido mayoritario entre los “obreros cualificados y no cualificado”. Público, 27/1/2012).

En el lenguaje del mus, Rajoy ha envidado. Es muy importante saber con qué cartas juega y cómo responderle. Lo que pide el cuerpo es reclamar la convocatoria de una huelga general. Sería una forma de mostrar una más que legítima indignación, pero en mi opinión no resuelve ninguno de los problemas presentes.



El primer problema es que Rajoy ha lanzado este envite sabiendo que lleva mejores cartas, que tiene todas las de ganar: es decir, que es improbable que CC OO y UGT se atrevan a convocar una huelga general, y si lo hicieran, sería también improbable que tuviera éxito, y aunque tuviera éxito en cuanto a un seguimiento mayoritario, el gobierno está convencido de que podría mantener su política sin cambios sustanciales, como hicieran su antecesor y sus cofrades de otros países europeos.



¿Cómo hemos llegado a esta situación tan extremadamente negativa para la movilización y la resistencia social? Sin duda, un factor fundamental es el tremendo peso de la crisis: más de cinco millones de parados, una generalizada inseguridad de quienes tienen empleo en que lo mantendrán en el futuro inmediato, más de once millones de personas, un cuarto de la población, en situación de pobreza o de riesgo de caer en ella… todos estos hechos bien conocidos generan a la vez miedo e indignación; en la medida en que la indignación no encuentra expresión política, generan sobre todo miedo y también indiferencia ante los problemas colectivos.



Otro factor de primer orden, también conocido y debatido en la izquierda alternativa, es la política de los sindicatos mayoritarios, y particularmente cómo tiraron a la basura las posibilidades, modestas pero reales, de la huelga general del 29 de septiembre del 2010. La trayectoria que siguieron estos sindicatos, desde el absurdo triunfalismo previo a la huelga, proclamando hacia afuera que “en España todas las huelgas generales conseguían sus objetivos”, a la desconfianza que mostraban hacia dentro sobre las posibilidades de la huelga, que obstaculizó la movilización de sus propios afiliados; siguiendo con la incapacidad de hacer frente a la ofensiva polìtico-mediática sobre el “fracaso de la huelga” y culminando con el pacto sobre la reforma de las pensiones, suponen una desautorización política radical del sindicalismo mayoritario; éste fue, por otra parte, uno de los motores del 15-M. Lo que ha ocurrido después confirma esta situación y la alianza de intereses entre CC OO e IU no la desmiente. Por si esto fuera poco, en todo el proceso de negociaciones en curso con el gobierno y la patronal, estas direcciones sindicales han aparecido amedrentadas, entregadas, confirmando ante las y los trabajadores que “lo peor está por venir” y que lo único que se puede lograrse es, si acaso, lo menos malo del mal menor. Ésta es una de las razones principales por las que Rajoy puede mostrarse tan sobrado sobre la remota posibilidad de una huelga general.



Pero hay un problema más, especialmente complejo: las dudas sobre la utilidad de las huelgas generales como respuestas a la políticas de “ajuste”, dudas que existen legítimamente en sectores de la izquierda alternativa. En todo caso es mejor tener dudas que convertir la huelga general en el remedio de todos los males.



En la realidad, y en el imaginario, de la izquierda, la huelga general tenía entre sus características básicas: ser una demostración de la capacidad del movimiento obrero para detener el funcionamiento de la economía; un desafío político que recogía una amplia solidaridad de la mayoría de la población y creaba un serio conflicto de legitimidad al gobierno de turno; y una acción autoorganizada por las organizaciones de trabajadores, empleando generalizadamente diversas organizaciones de base (piquetes, comités, coordinadoras de sectores y movimientos sociales…).



Una acción de este tipo seguiría siendo hoy eficaz socialmente y temible políticamente para gobernantes y mercados. Pero las huelgas generales que se están desarrollando en Europa no responden, en general, a estas características. En la mayoría de los casos son simplemente jornadas de acción; sometidas a crecientes reglamentos estatales de “servicios mínimos” y defensa del “derecho al trabajo”; en las que no hay lugar para la población trabajadora sin empleo y en la pobreza; protagonizadas por los aparatos sindicales y sin espacio para la participación de organizaciones sociales y políticas solidarias con la huelga; con objetivos genéricos y ambiguos, con muy escasa capacidad de movilización y destinados a poder vender luego que se ha conseguido “algo”; en fin, sin insertarse en procesos de movilización a medio plazo, que incluirían la posibilidad de prolongar la huelga general más de un día. Estas huelgas generales no hacen daño a los poderes establecidos. Rajoy está pensando en ellas cuando lanza su envite.



Por eso es un problema fundamental para la izquierda cómo recuperar el sentido original de la huelga general. El camino que parece más razonable es precisamente construir alternativas, darles la vuelta a esas características negativas enunciadas en el párrafo anterior: en especial, la inserción de las huelgas en procesos de movilización a medio plazo, la extensión social de la movilización dotándola de bases territoriales en los barrios y la desobediencia civil frente a reglamentaciones que buscan amputar a las luchas de sus medios legítimos.



Por otra parte, la acumulación de experiencias de extensión y solidaridad con luchas concretas y la ampliación del repertorio de acciones pueden ayudar a encontrar nuevas herramientas adecuadas a las características de la actual crisis capitalista. En este sentido, la referencia es el 15-M, aunque empieza a ser inquietante que esa referencia, más allá de las asambleas de barrios que permanecen activas, sea cada vez más un rito, un recuerdo y una esperanza, pero no una experiencia en la calle.



Mientras tanto, si finalmente los recortes de derechos y de condiciones de vida de la mayoría de la población le costaran a Rajoy una huelga general, habría que dedicar los mejores esfuerzos para que saliera lo mejor posible y, sobre todo, vista la experiencia del 29-S, para darle vías de continuidad. Pero en la mejor de las hipótesis, éste sería solamente un paso hasta lograr que Rajoy, o quien venga, se cuide mucho de presumir de rompehuelgas. Y si lo hace, lo pague.

Miguel Romero




























No hay comentarios: