Páginas

19 ago 2010

Por hablar que no quede

Salvador Moreno Valencia
Harto de mirar y de comprobar en la observación (hecha tan minuciosamente como un cirujano disecciona una a una las capas del cuerpo humano que tiene entre sus manos), yo, observador nato, no paro de mirar el mundo que me rodea y en él, a la gente que lo habita.
Hoy sin ir más lejos, una señora delante mía tal como sale de una tienda tira un papel al suelo y tan pancha, yo que padezco de exceso de civismo, tan fresco como ella tira el papel le digo: -señora que se le ha caído un papel- a lo que ella casi sin dar la vuelta refunfuña algo que a mí me ha parecido que decía: - el papel no es mío, vaya usted a saber con la de guarros que hay por ahí-. Y se ha ido a seguir con su rutinaria vaciedad y estulticia. (...)

Pero eso no es todo, porque hace unos meses, paseando por una plaza, veo que se acerca un señor de los de perrito con faldas, o con anorak según la estación en la que se encuentren el amo y el perro de los güevos; y nada el perro va y zas, suelta su aportación bacteriana a la loza de la plaza donde juegan niños y no tan niños, y el dueño, amo, o como dios quiera llamarlo, yo lo llamo simple y llanamente mal educado y cretino, mira para el cielo como si se hubiera cagado una gaviota, y silva como disimulando que su perrito ha dejado sobre el suelo constancia de su buen yantar y de sus buenos modales. Yo, como ya he dicho que peco de civismo, que según veo, puede decirse exacerbado, me dirijo al amo, dueño o como dios lo parió, y le digo: -oiga que se le ha caído esto al perrito. A lo que el tipo, sin ningún tipo de estupor y con todo descaro me responde:- oiga eso será de otro perro porque el mío no ha hecho todavía su caquita, que aquí vienen muchos perros, porque yo, mire, la bolsa, para qué cree que la llevo en la mano. Y tan tranquilo se ha quedado. Así que yo estupefacto veo que el tipo se larga con su perro dejando su mierda, perdón por la expresión mal sonante, vulgar y grosera, en el suelo de la plaza.
Y esos son algunos de los pequeños detalles que voy observando cuando paseo, y ahora en verano no quiero ni mirar como queda la playa por la noche cuando la marabunta se retira a su hogar: dulce hogar; y digo que debe ser dulce hogar porque como todas las guarradas que se puedan imaginar las hacen en la calle, en las plazas, o en la playa, claro, cuando llegan a sus lindos hogares no les queda nada que tirar, ¿o si?
Otra de las cosas que me trae algo preocupado es una cuestión que vengo observando desde que vivo al lado del mar: ¿dónde hacen sus necesidades fisiológicas más de doscientas mil personas distribuidas en ocho kilómetros de playa, donde los servicios públicos brillan por su ausencia? Porque los servicios de los chiringuitos son sólo para clientes, y yo al decir verdad, en comparación con tanta gente, siempre los veo vacíos. ¿No sé al mar lo que es del mar? O lo que es lo mismo: ¿se bañan en sus propias miserias?
¿Qué ha sido del sentido común, el civismo, y el respeto por las cosas que nos rodean y que se supone que si las cuidamos nos hacen la vida más sana y más cómoda?
Salvador Moreno Valencia

1 comentario:

Anónimo dijo...

Efectivamente. Todo el mundo critíca lo sucio que está el pueblo, pero a la hora de asumir su responsabilidad se hacen los locos, como bien dices. Y como te pongas a contar las manchas negras de los chicles... no acabamos en la vida. Un poco de civismo no vendría mal, pero ¿Quién le pone el cascabel al gato? Buena llamada de atención.

Abel González