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20 abr 2015

Entrevista a José Pallarés con motivo de la publicación de su nuevo poemario " Cuaderno del cerco de Lisboa"

  Luis Enrique Ibáñez
1ª ¿Cómo nace este nuevo poemario, cómo ha sido su gestación?

Fui por primera vez a Lisboa allá por el año 77, cuando todavía las calles conservaban las pinturas de la Revolución de los Claveles. Desde ese momento quedé atrapado por esa ciudad, a la que he vuelto no sé cuántas veces y en la que tuve el privilegio de vivir durante todo un año, tiempo más que suficiente para que los vendedores de souvenirs no se te acerquen, porque ya has perdido la pinta de turista y te has convertido en un vecino más. En ese año, uno de los años más felices de mi vida, me empapé de la ciudad y, a la vez, me reenamoré -también he perdido la cuenta de cuántas veces ha pasado- de la mujer que es mi vida. Cuando esas experiencias se rememoran, nace el Cuaderno del cerco de Lisboa.

2ª ‘Cuadernos de arena’, 2008, ‘Cuaderno del cerco de Lisboa’, 2015. ¿Es el tempo calmo un modo de resistencia? ¿Cómo concibes el proceso de escritura?

Son efectivamente siete años. Escribo muy lentamente. Quizá porque soy vago y, sobre todo, inseguro. Me paso días y días dándole vueltas a un par de versos, sin llegar a escribirlos y, luego, cuando los escribo, a lo mejor -o a lo peor- no tienen continuidad y se quedan colgados. O, por el contrario, dan pie al poema completo. Luego viene la poda, siempre dolorosa: quitar todo aquello que para mí es significativo, pero que, probablemente, no añade nada al lector. Seguro que en esto hay equivocaciones, pero no hay más remedio. Al lector se le debe ofrecer la emoción de la historia, no la historia, que para eso está la novela, sin que esto quiera decir que la historia tenga que estar radicalmente excluida del poema. En momentos en que la inmediatez se valora tanto, en que lo que vale es la respuesta a bote pronto y en los que tomarse un tiempo para la meditación es señal de "no tenerlo todo claro", para los que apenas tenemos nada claro ese tempo calmo al que aludes puede ser efectivamente un modo de resistencia.

3ª “Converso con el hombre que siempre va conmigo”, decía Machado…

Citas a Machado y a punto estaba de citarlo yo antes. Pocas cosas tengo claras, pocas cosas importan de verdad cuando, simplemente porque ya se ha pasado el ecuador de la vida, la vida ya te ha dado más de un golpe. Entonces una de las pocas certidumbres es la que formula Machado: Algo importa / que en la vida mala y corta / que llevamos / libres o siervos seamos; mas, si vamos / a la mar, / lo mismo nos han de dar.

Pero creo que tu referencia a Machado iba por otro sitio, quizá por la forma de escritura, en la que aparece sistemáticamente el uso de la segunda persona, un tú que es un falso tú, puesto que eres tú mismo. Me siento cómodo con ese artilugio lingüístico, porque me permite verme desde fuera y no volcar la intimidad directamente. Puede tener que ver con el recato, con el pudor. Siempre me he sentido incómodo, por ejemplo, en esas conversaciones de hombres -me imagino que las habrá iguales entre mujeres- en las que alguien exhibe sus proezas amatorias y pone al descubierto su intimidad y la de las personas a las que dice querer. O con los excesos de confidencias.


4ª Una mujer, una ciudad…

Ya te decía al principio que hay en el libro ese doble enamoramiento. Ahora te añado algo que tiene que ver con el título. José Saramago, novelista por el que siento especial predilección, escribió una Historia del cerco de Lisboa. En esta novela asistimos a un doble cerco: el cerco de la ciudad por los cruzados y el cerco amoroso al que el protagonista y la mujer de la que se va enamorando se someten mutuamente. ¿Qué te cuento...? Puedo pasear solo por Lisboa, me encanta, el cuerpo me lo pide como una necesidad, pero sabiendo que volveré a la casa, que no estaré solo y que la compañía será la de la mujer que quiero. Lisboa "é uma rapariga / descalça e leve, / un vento súbito e claro / nos cabelos, algumas rugas finas / a espreitar-lhe os olhos, / a solidão aberta / nos lábios e nos dedos, / descendo degraus / e degraus / e degraus até ao rio. / Eu sei. E tu, sabias?" (1) ¡Qué gran poeta, Eugénio de Andrade!


5ª La luz, al principio tibia, pero presente, su búsqueda en el mapa de la memoria...

Es que la luz es algo mágico. Tenemos idealizada la noche por lo que supone de aventura, por su misterio. Yo, de hecho, soy más bien noctámbulo. Pero la luz es un prodigio. No nos damos cuenta hasta que la perdemos. Por eso quizá es tan fácil acostumbrarse a vivir en el sur y tan difícil a vivir en el norte. La luz está presente en el libro desde el poema que lo abre, a modo de pórtico. Antes de Lisboa, de ese poema largo que da título al libro, hay un pasado y un futuro: un antes en que la luz está reducida a una especie de rescoldo y un después en el que las pilas recargadas iluminan sin apenas sombras. Eso lo ha sabido ver estupendamente Julia Lillo, cuyas ilustraciones no son solamente un adorno, sino una lectura inteligentísima e iluminadora del libro. A mí me encantan y, sin falsa modestia, creo que son de lo mejor del libro.


6ª Hablar con uno mismo requiere, creo, un valor especial…

No sé, yo no me veo como especialmente valiente. Sí creo que, sin voces y sin muchas alharacas, en el día a día cada uno debe hacer lo que crea que debe hacer, independientemente de que el de al lado cumpla o  no con su parte. Hablar con uno mismo es mirarse al espejo al levantarse por la mañana y descubrir en esa mirada eso que nadie más que uno mismo puede desvelarse. Ahí encontramos lo peor de nosotros y también lo mejor: la fuerza para corregirlo. Pero si no nos miramos a los ojos no nos conocemos y, si no nos conocemos, no podemos mejorar, es decir, ser más buenos de lo que somos, que creo que es algo a los que todos debemos aspirar, independientemente de que lo consigamos o no, de que tomemos un rumbo equivocado o no.


7ª Recuerdos buscados en “la ciudad que adoras”, ¿qué es Lisboa?

Ya te he contestado antes. Añadiría ahora que es una ciudad hecha a medida del hombre, una ciudad cosmopolita en la que se puede hacer vida de barrio. Te vas a Príncipe Real, en pleno centro, y te encuentras a los abueletes jugando a las cartas, a los padres jugando con sus hijos en los columpios...  El ritmo de la vida es sosegado, en el metro de Lisboa es difícil ver las carreras que se ven en el de Madrid o París, por ejemplo. El eléctrico (el tranvía) para el tiempo que haga falta para que esa mujer cargada de bolsas suba o baje sin peligro... Es una ciudad para pasear, para vivirla, no simplemente para verla.


8ª Está la mirada interior, pero también alzas la vista y ves a los otros. En la Figueira, el caminante encontró a alguien que “que prestaba comprensión y cobijo a un hombre derrotado”. Constatas que hay “nombres sin hueco en las historias... son los que llenan la vida de esperanza”. ¿Está ahí, por abajo, el único espacio para la solidaridad, para la esperanza?

Es consecuencia de lo que acabo de decirte. La anécdota que está detrás de ese poema -y de otro de Cuadernos de arena- es muy simple: mientras me tomaba una cerveza, al lado del bar en el que estaba había un hombre ya mayor, corpulento, vestido con un traje negro estropeado como sus zapatos... Era un hombre negro, con canas abundantes y la derrota en su cuerpo. Estaba tirado -la cartera en una mano- en el suelo y supongo que se había tomado más de una copa. Llegó un guardia y se le acercó. Con mi desconfianza hacia los uniformes, pensé que le iba a echar la bronca. Pero no, con una absoluta falta de marcialidad, el guardia le ayudó a levantarse, le preguntó algo, lo sujetó, lo acompañó un poco y lo enderezó rumbo -supongo- hacia alguna de las pensiones de Martim Moniz. Después siguió tranquilamente su camino. ¿Te imaginas a Rodrigo Rato haciendo algo parecido? Si nos salvamos, nos salvaremos por gente como esa.
 "Se escribe para apresar el tiempo, para que no se nos escape aquello que queremos, para hacer presente el pasado que añoramos y el futuro con que soñamos. Para aclararnos"

9ª Hablaba antes del tempo calmo. Y es que siempre que leo tu poesía, no es un halago vano, tengo la sensación de que las palabras salen destiladas, como en una mimada elaboración artesanal, ¿confías en el parto lento del poema?

No es tanto que confíe como que no sé hacerlo de otra manera. Además, ya se sabe, la prisas... para los malos toreros. Hay que esforzarse en buscar la palabra, la expresión exacta para lo que uno quiere decir, pensando en que sea eso mismo lo que perciba el lector, aun a sabiendas de que esa coincidencia, la que presupone la existencia de un lector ideal, es poco menos que imposible. Además, como te decía antes, hay que eliminar del poema toda la anécdota que no sea imprescindible. Y, desde luego, la verborrea. Basta con sugerir. Es la única forma de que al poema no le llueva demasiado rápido. Además hay que ser prudente a la hora de publicar. El tiempo es un buen consejero. Sobre todo para los que nos hemos decidido a publicar ya con años encima. Si no me decidí a dar a conocer mis poemas hasta los cincuenta y un años, no me voy a volver loco porque el siguiente poema salga este mes o el que viene.


10ª ¿Por qué escribir, para qué escribir poesía?

Cuando a un niño chico le preguntas que por qué ha hecho esto o lo otro, te puedes encontrar con respuestas contundentes: "¡Sí, porque sí!" o "¡No, porque no!" Pues lo mismo. Se escribe porque te acostumbraste a leer y te gusta devolver el tiempo que otros han dedicado a ti de la misma manera que ellos lo hicieron, con la palabra. A la vez, igual que ellos te enseñaron a conocerte y a conocer el mundo, ahora te conviertes tú en el protagonista de esa aventura, en la del que se mira al espejo sin narcisismo y quiere compartir con los demás las pocas certezas y muchas perplejidades que su mirada le provoca. Y, desde luego -volvemos a Machado- para apresar el tiempo, para que no se nos escape aquello que queremos, para hacer presente el pasado que añoramos y el futuro con que soñamos. Para aclararnos. Y, por dejar el tono tan profesoral que me ha salido, porque -como decía un estribillo de los Guatifó- "esta isla es misteriosa / nadie llega aquí queriendo: / llega el que ha perdido el rumbo / o el que de algo viene huyendo". El único matiz es que aquí a veces se llega a posta.


11ª Para terminar, perdona que cambie absolutamente de tercio, pero también eres profesor, ¿cómo ves el futuro de la Educación Pública en este país?


Pues no sé si perdonarte, porque es una faena. Te voy a contestar dando un rodeo. Hace años, en un congreso de arquitectos en Granada, se planteó el problema de cómo es que las casas de la vega, construidas con un sistema precario de cimentación (espero no estar diciendo un disparate) no se caían, estando situadas, como lo están, en una zona sísmica. Uno de los arquitectos más viejos y respetados se atrevió a descubrir la causa: "Porque tienen tendencia a no caerse." Eso fue lo que dijo. Pues bien, los colegios, los institutos y, por lo que me cuentan, algo de esto pasa también en la universidad, funcionan porque tienen tendencia a funcionar, por más que los terremotos a que nos tienen sometidos los ministros de turno, los consejeros de turno, esos inspectores (alguna excepción queda) que solo saben de papelitos y de cuadrículas, pero que no saben lo que es un alumno (¡ni un profesor!), esos asesores del vacío, la burrocracia (así, con erre), las jergas inventadas por la secta pedagógica... amenacen con derrumbarlos. Y, sin embargo, funcionan. ¿Por qué? Porque aquí hay un alumno que quiere aprender y se encuentra con un profesor que, después de meter todos los datos en el Séneca de las narices, tiene aún ganas de explicarle un problema de química, poniendo en juego, además de sus conocimientos (sin los cuales no es posible enseñar nada), su tiempo, pero no el tiempo del reloj (que es por el que nos pagan), sino el tiempo vivencial, la ilusión compartida. Y que, cuando el chorreón de limón derramado sobre la calcita provoca las burbujas, comparte la sorpresa con sus alumnos, como si fuera la primera vez que ese fenómeno se produce. O que descubre en complicidad la emoción que provoca en aquella chavala medio punki un verso de Garcilaso, el mismo que algún "experto" consideraría "ajeno a los intereses del alumno". Por cierto (y ahora de devuelvo la faena), ¿cuánto te pagaron por descubrirnos a Hristo Botev? ¡Pues eso!

Mejor nos tomamos una copa, ¿te parece?

Me parece.



LISBOA EN LA MEMORIA

TIENES EN TU MEMORIA el mapa abierto

de la ciudad que adoras:

confuso laberinto de líneas y reclamos

en que deambula el sueño.


No precisas de nombres. Los lugares

son la nostalgia de lo que has vivido

y por ellos tus ojos acarician

el olor de las flores.



(De 'Cuaderno del cerco de Lisboa', página 23, Editorial Dauro)




(1) LISBOA (EUGÉNIO DE ANDRADE)

Alguém diz com lentidão:
"Lisboa, sabes..."
Eu sei. É uma rapariga
descalça e leve,
un vento súbito e claro
nos cabelos,
algumas rugas finas
a espreitar-lhe os olhos,
a solidão aberta
nos lábios e nos dedos,
descendo degraus
e degraus
e degraus até ao rio.
Eu sei. E tu, sabias?
Alguien dice con lentitud:
"Lisboa, sabes..."
Yo lo sé. Es una muchacha
descalza y leve,
un viento súbito y claro
en los cabellos,
algunas arrugas finas
acechando sus ojos,
la soledad abierta
en los labios y en los dedos,
descendiendo escalones
y escalones
y escalones hasta el río.
Yo lo sé. ¿Y tú, lo sabías?





José Pallaráes Moreno
JOSÉ PALLARÉS MORENO (Granada, 1956) estudió Filología Española en la Universidad de Granada y se doctoró en la misma años más tarde. Catedrático de Lengua y Literatura Españolas, imparte clases en Sanlúcar de Barrameda, ciudad donde reside desde hace años, y en el Centro Asociado de la UNED en Cádiz. Ha publicado diversos trabajos sobre autores de la Ilustración y sobre varios escritores contemporáneos. Ha preparado también ediciones de algunos de nuestros clásicos.
Como poeta, su actividad ha sido lenta, silenciosa y discreta. Hace unos años presentó sus «Fotos de viaje» (número 51 de las «Vitolas de Anaïs»), incluidas después en Cuadernos de arena (Colección «Genil de Poesía», 2008).
Cuaderno del cerco de Lisboa es su segundo libro. Como el título —un homenaje transparente a la novela de José Saramago— sugiere, se trata de un doble cerco amoroso en el que la ciudad y la mujer amada se funden en un abrazo cómplice.


(En 'Cuaderno del cerco de Lisboa', Editorial Dauro)

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