Juan Antonio Gallardo
Me pasé por lo de los libros que han puesto en la calzada. Algunos tenderetes llevan tres décadas exponiendo los mismos títulos, año tras año, vienen cada verano como los turistas y el levante y allí los encontramos; “EL principito” de Saint- Exupéry, “La metamorfosis” de Kafka y algunos de Nietzsche, como “El ocaso de los ídolos” cuyo subtítulo, si no recuerdo mal, era “Cómo se filosofa a garrotazos” - un segundo, voy a mirarlo- Pues sí, más o menos, en realidad es “Cómo se filosofa a martillazos”, le hemos dado un puntito castizo con lo del garrote.
Las dos muchachas que regentan el negocio serán seguramente hijas o incluso nietas de aquellas que lo hacían en mi adolescencia, pero como los libros que mercan, parecen las de entonces. Cuando llegaron por primera vez a la provincia, los compramos casi todos. No de una vez, claro. Poquito a poco. Con qué entusiasmo volvíamos a la casa, leyendo ya por la calle, incapaces de esperar, las primeras páginas, sabiendo que nos darían las del alba, si era larga la novela, porque entonces leíamos sólo una cosa, no como ahora, que llevamos al retortero cuatro o cinco lecturas y las disfrutamos regular.
Con esto se nace, ni cursillos de animación a la lectura, ni tristes talleres de debate, ni voluntariosos profesores de lengua y literatura. Si te gusta, te gusta y si , como le sucedió a Don Alonso Quijano, se confabulan el ama, la sobrina, el barbero y el cura para prender fuego a la biblioteca, seguiremos con la literatura, prefiriendo antes que a la pira infame, la versión del encantamiento, tan bonita, que nos haga creer que ha sido el sabio, mago y encantador Frestón quien nos ha jodido las literarias aficiones, y diremos como Don Quijote “él es un sabio encantador, grande enemigo mío, que me tiene ojeriza, porque sabe por sus artes y letras que tengo de venir, andando los tiempos, a pelear en singular batalla con un caballero a quien él favorece, y le tengo de vencer, sin que él lo pueda estorbar, y por esto procura hacerme todos los sinsabores que puede”
Las doscientas pesetas que teníamos para el fin de semana las gastábamos en la colección de Poesía y Prosa Popular, que, por cierto, de poesía sólo encontramos una antología poética de Lorca, el “Canto a mí mismo” de Withman y las “Rimas” de Gustavo Adolfo. Como hace un momento me he levantado a mirar lo de Nietzsche, tengo ahora el libro aquí – que no digo yo que no caigan hoy unas cuantas páginas, ya que lo he bajado de su anaquel- y voy a mirar si había más de poesía que a uno se le hubiese escapado. (Un momentito…)
En el índice de obras publicadas aparece Jorge Manrique, las coplas. También, Alfonsina Storni, otra antología y “Soledades y Poesías de guerra” de D. Antonio. Los tengo todos, como las estampitas.
Esa parte del mercadillo de libros, por lo tanto, no me interesaba ya, pero hay un puesto de una asociación de mujeres solidarias, donde hemos encontrado otras veces pequeñas joyas, de segunda, tercera o cuarta mano, a un euro. Ahí nos hemos pegado un buen rato, porque debajo de un ejemplar de “El libro de la vida sexual” podemos darnos de bruces con otro de “El señor presidente” de Miguel Ángel Asturias.
Es verdad que me pongo un poco nervioso cuando exploro entre los libros apilados, pero no creo yo que sea como para que uno de los que está en la asociación, que yo creo que viene reinsertado de lo de las drogas, lleve todo el rato siguiéndome y sin quitarme el ojo de encima. Sorprende aún más porque viniendo él, si es que fuese cierta esta sospecha, de los abismos de la adicción y del bandidaje, no sea algo más respetuoso, o incluso solidario, con la avaricia de uno ante el festín de los libros. Pero está claro que así son todos los ex de algo. Ex novias, ex fumadores o ex comunistas. Beligerantes con quiénes siguen con lo suyo, como si para reafirmarse en su nueva posición de señoras de tal, deportistas salubres o fachas irredentos, tuvieran que denunciar continuamente a esos, a sus ex.
Al final no me he llevado en mi bolsa el de Miguel Ángel Asturias, porque tampoco puede uno vivir de la nostalgia, son esos libros que compras porque formaron parte de tu vida y ahora, andados tantos caminos, pueden resultarnos penosos, plúmbeos. También me he resistido a gastarme el jornal, como antaño, en una colección preciosa que hay con las obras completas de Julio Verne. Ha sido leer los títulos “Un capitán de quince años” , “Dos años de vacaciones” y encenderse esa lucecilla temblorosa del recuerdo, pero ¿a quién tendría que buscar ahora? ¿A Julio Verne o al niño que se perdió para siempre por los sumideros del tiempo?
He comprado al final un estudio de mil y pico páginas sobre la irrupción de la narrativa latinoamericana en España. Cinco euros y están Sábato hablando de Borges, Cansinos de otro, Gimferrer de Cortázar. Todo de una gran erudición, supongo. El tocho se llama “La llegada de los bárbaros” y una pareja de turistas se ha llevado el otro ejemplar, la señora le ha dicho al marido: “Venga, este está bien para tu padre, gordo y de batallas como a él le gusta”
Al marido le habría gustado merodear un poco más por allí y elegir algo mejor ya que se trata de su padre, pero a su mujer le importa poco o nada eso y lo que quiere es comprar el regalo, de saldo, cumplir el trámite con el suegro y sentarse en alguna heladería a hincarse una granizada porque tiene un gran sofoco. “Tengo muchísima calor niño, vámonos a tomarnos una granizada allí enfrente” He visto a la pareja alejarse, ella moviendo mucho el trasero como las gallinas y abanicándose con un díptico de propaganda y él cargando con el libro, mil y pico páginas, atribulado y con la derrota del verano asomándose a su cara.
Y a las diez y media de la noche, disfrutando del fresco que llega con la subida de la marea, me fui a buscar a mis amigos, echándole vistazos casi clandestinos al grueso volumen recién adquirido. Y, aunque he querido sustraerme a las evocaciones, no sé si me gustaría no haber leído nada de Kafka, nada de Nietzsche y, sobre todo nada de Julio Verne. Descubrirlos ahora, a esta edad y ver si nos cambiaban la vida, si fue cosa de los libros aquella emoción o éramos nosotros los que de cualquier manera hubiésemos terminado así, como ahora somos.
Juan Antonio Gallardo

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