Jaime Pastor
Más de un año después de la irrupción en las plazas de una movilización ciudadana masiva al grito de “No somos mercancía de políticos y banqueros”, hemos visto confirmado lo que entonces parecía sólo un deseo o una mera ilusión: la conversión de aquel Acontecimiento en acta de nacimiento de un novísimo movimiento social que hoy continúa desafiando a la “dictadura de los mercados”, empeñada en aprovechar la crisis para imponer una política del “shock” que amenaza con desmantelar derechos sociales y libertades políticas fundamentales. Y una parte de la izquierda sin enterarse…
La capacidad transgresora mostrada por este movimiento, ya sea en la lucha por el cambio de marco discursivo dominante sobre la crisis (“No es una crisis, es una estafa”), en la resignificación de las plazas como espacios de deliberación democrática y decisión política o en la práctica de formas de desobediencia civil no violenta, le ha permitido alcanzar una legitimación social notable durante todo este tiempo. Una encuesta reciente así lo corroboraba constatando que el 68 % de la población expresaba su simpatía con este movimiento [1], pese a los intentos de criminalización que ha sufrido en distintos momentos por parte de las autoridades y la extrema derecha mediática [2].
Con todo, lo más relevante ha sido el “efecto contagio” que el 15M ha ido generando en otros sectores, organizaciones y movimientos sociales y culturales, siendo el mejor ejemplo de ello la sucesión de diferentes “mareas” (verde, blanca, azul, violeta, negra…) que se han ido extendiendo en muchas ciudades del Estado español. Incluso a escala internacional ha sido perceptible ese efecto en los movimientos “Occupy” con ocasión de la jornada del 15 de Octubre en torno al lema “Unidas por el cambio global”.
Es cierto que en todo este ciclo de movilizaciones ha pesado más la dimensión emocional o simbólica de la protesta que la más instrumental, ligada a propuestas y demandas concretas. Pero ni la primera es en absoluto menospreciable –fue el entusiasmo compartido durante las jornadas iniciales el que se convirtió en el principal estímulo para su transformación en movimiento-, ni la segunda es fácil de materializar a la vista del autismo de las elites políticas. Una actitud más grave si cabe desde las elecciones generales pasadas, con un gobierno del PP que sigue refugiándose en su mayoría absoluta parlamentaria para tratar de legitimar sus políticas antisociales, pese al tropiezo sufrido en las elecciones andaluzas apenas un mes después de llegar Rajoy a la Moncloa.
Existen por tanto motivos para un balance positivo. La continuidad en la creación de un espacio público híbrido entre la auto-comunicación desde las redes sociales y la ocupación de las plazas mediante asambleas regulares a lo largo de todo un año en un alto número de ciudades y barrios ya sería suficiente prueba de la fuerza alcanzada por este movimiento. A esto deberíamos sumar todo lo que ha significado su participación creciente en campañas emblemáticas como la emprendida con notable éxito a favor de la paralización de los desahucios, la relacionada con la denuncia de las redadas racistas, las movilizaciones en defensa de la educación y la sanidad públicas o, en lugares como Madrid, contra la privatización del agua. Sin olvidar la participación de este movimiento, de forma autónoma y aportando una dimensión territorial y anticonsumista nueva, en la Huelga General del pasado 29 de marzo contra la “reforma laboral”. Cada uno de los temas que ha ido introduciendo el movimiento ha ido entrando en la agenda pública y mediática e incluso en la de algunos partidos, contribuyendo así a ir empujando hacia el cambio tan necesario en el “sentido común” todavía dominante ante la “inevitabilidad” de los recortes.
El movimiento tiene cuerda para rato
Simultáneamente, hemos podido ver cómo en muchas asambleas han ido apareciendo diferentes iniciativas basadas en fórmulas de apoyo mutuo frente a la crisis y de prefiguración de ese “otro mundo posible” al que se aspira, de forma similar a lo que en el pasado reciente ocurrió en América Latina –en su lucha, no lo olvidemos, contra el pago de la deuda externa- y ahora en Grecia. La liberación de viviendas vacías para dedicarlas a centros sociales o a su ocupación por personas desahuciadas, las cooperativas de consumo, los bancos del tiempo, los clubs de trueque, las oficinas precarias, los distintos medios de comunicación alternativos y las múltiples actividades de todo tipo basadas en la autofinanciación están conformando nuevos espacios de autonomía y resistencia nada despreciables. Siempre, eso sí, que no supongan dar la espalda a la necesaria lucha en defensa de los bienes comunes y los servicios públicos bajo control social frente a su privatización y mercantilización crecientes.
Después de las jornadas del 12M-15M de este año, el periódico Madrid15M titulaba en su portada “El 15M tiene cuerda para rato” y, efectivamente, las actividades durante esos días confirmaban los frutos logrados en los preparativos invernales mediante una renovada visibilidad pública y mediática de este movimiento. Esta vez las “5 razones comunes” que daban contenido a esas movilizaciones (resumidas en “Ni un euro más para rescatar a los bancos. Educación y Sanidad Públicas y de calidad. No a la precariedad laboral. No a la reforma. Por una vivienda digna y garantizada. Renta básica universal”), campañas innovadoras como “Desmontando mentiras” y asambleas temáticas en las que se ha reflexionado en común sobre los distintos retos que plantea la crisis sistémica, civilizatoria y de la Unión Europea, mostraban una real maduración del movimiento.
Nuevas iniciativas como la Plataforma por una Auditoría Ciudadana de la Deuda (“No debemos, no pagamos”), Tribunales Ciudadanos de Justicia (“Ciudadanos en sus casas. Banqueros corruptos a la cárcel”), siguiendo el ejemplo de la experiencia islandesa, junto con el apoyo a la Iniciativa Legislativa Popular por la dación en pago promovida por la Plataforma de Afectados por las Hipotecas, están viéndose ahora acompañadas por otras ya directamente relacionadas con la respuesta al “rescate” de Bankia [3] y del sistema financiero español por la Troika (Fondo Monetario Internacional, Banco Central Europeo y Comisión Europea) o la solidaridad con el pueblo griego. Todo ello acompañado por las diferentes propuestas que a escala local y barrial se llevan desarrollando desde hace tiempo, tanto en relación a las necesidades más urgentes como a la exigencia de una democracia participativa frente a los despotismos municipales.
Durante todo este tiempo el 15M ha logrado construir una identidad colectiva abierta que contrasta con la que ha caracterizado a otros movimientos basados en una “política de la diferencia”. Eslóganes como “No somos antisistema, el sistema es antinosotros” o el más popularizado a escala internacional, “Somos el 99% frente al 1%”, son quizás los que más nítidamente expresan esa voluntad incluyente de un movimiento que es muy plural y a la vez tiene muy claro que su enemigo es ese 1% que representa a la “dictadura de los mercados”. Partiendo de esa identidad colectiva abierta parecen justificadas las esperanzas en que este movimiento siga “contagiando” y confluyendo con otros movimientos y organizaciones sociales y sindicales, más allá de las diferencias que, sobre todo con éstas últimas, probablemente persistirán.
Problema aparte y más complicado es el que tiene que ver con la relación con los partidos políticos y, en particular, con la “izquierda de la izquierda”, debido tanto a la debilidad y contradicciones de quienes se mueven en ese espacio como al fuerte sentimiento antipartidos que predomina dentro del movimiento.
Es en este ámbito en el que debemos reconocer la notable distancia entre la potencialidad que encierran movimientos como el 15M y las “mareas” ascendentes, por un lado, y las distintas izquierdas reales, por otro: ni Izquierda Unida, sometida a tensiones contradictorias entre su disposición a gobernar con el PSOE bajo la “regla de oro” presupuestaria y su apelación a la rebeldía frente a la crisis; ni la mayoría de formaciones que se mueven en el espacio nacionalista de izquierdas ni, en fin, Equo o Izquierda Anticapitalista aparecen hoy como herramientas políticas capaces de ofrecer exponentes políticos similares a lo que hoy representa, por ejemplo, Syriza en Grecia.
Pese a esas dificultades, la necesidad de ir conformando un amplio bloque social, político y cultural frente a la política del “shock” parece cada vez más evidente, sobre todo cuando ese “estado de excepción permanente” es asumido por un régimen en abierta crisis de legitimidad, una vez ha quebrado ese “capitalismo popular” que, apoyándose en la burbuja inmobiliaria, sembró la ilusión de una “sociedad de propietarios”. En efecto, desde hace tiempo diferentes instituciones del Estado han ido sufriendo una desafección creciente entre la mayoría de la ciudadanía: la monarquía, los dos grandes partidos políticos, gobiernos de Comunidades Autónomas, el Senado, el poder judicial, el Banco de España, todos ellos implicados en mayor o menor medida por escándalos de corrupción, se encuentran hoy en sus momentos más bajos desde la mitificada transición política. El giro iniciado por Rodríguez Zapatero en mayo de 2010 y culminado por ahora con el “rescate” impuesto a Rajoy por la “troika”, no ha hecho más que agravar esa crisis hasta el punto de ratificar definitivamente la ausencia de “democracia real” y de soberanía popular y la entrada en una etapa en la que el “totalitarismo invertido” [4] neoliberal está dispuestos a gobernar directamente. Por eso están más justificados que nunca eslóganes como “Lo llaman democracia y no lo es” o “No nos representan”.
Esta situación, estrechamente relacionada además con la que afecta a Grecia, a la Unión Europea y especialmente a la eurozona, está profundizándose sin que las propias elites encuentren una vía de salida que genere suficiente “confianza” en “los mercados”. El movimiento 15M y las diferentes organizaciones sociales y políticas alternativas tienen, por tanto, que buscar formas de convergencia que permitan dar credibilidad a la vía de la indignación rebelde frente al miedo, la resignación e incluso la desesperación. Una convergencia que también debe tener su traducción a escala europea o, al menos, de sus países “periféricos”. Con mayor motivo cuando frente a la quiebra de este régimen pueden surgir alternativas desde la extrema derecha o desde distintos nacionalismos xenófobos –españoles o periféricos- que canalicen la frustración social hacia esa “política del resentimiento” que encuentra sus víctimas en los sectores más vulnerables de la sociedad y especialmente en la población trabajadora inmigrante.
La intensificación de las movilizaciones contra los recortes, el pago de la deuda y los “rescates” a los banqueros corruptos parece suficiente agenda común para ir forjando un bloque plural antagonista que en el futuro pudiera tener como horizonte la ruptura no sólo con la política sistémica sino con el régimen que, tutelado cada vez más desde la “troika”, se obstina en ponerla en práctica aun a costa de ver erosionada su propia base social. Será probablemente dentro de ese proceso de confrontación entre dos legitimidades, la de los “poderes salvajes” y la de los pueblos del Estado español [5] en defensa de su soberanía, como se pueden ir creando mejores condiciones para la emergencia de una “izquierda de izquierdas” (empleando la fórmula sugerida por Bourdieu) y la posible apertura de nuevo(s) proceso(s) constituyentes.
Estas reflexiones serían incompletas si no recordáramos que en la búsqueda de una salida ante el impasse actual nos hallamos también ante una crisis global y multidimensional cuyos rasgos más dramáticos se encuentran en el vuelco climático, el fin del petróleo barato, la crisis alimentaria o las que afectan a los cuidados y a las reglas básicas de un Estado de derecho. La conciencia de esa crisis civilizatoria obliga, por tanto, a saber responder a los debates actuales en torno a cómo conciliar “austeridad” y “crecimiento”, ofreciendo frente a ambas propuestas un camino distinto: el de una urgente transición posfosilista y redemocratizadora, basada en la redistribución de la riqueza de arriba abajo y en la socialización de aquellos bienes comunes destinados a garantizar la satisfacción de las necesidades básicas, teniendo en cuenta siempre los límites biofísicos del planeta.
Jaime Pastor es profesor de Ciencia Política de la UNED. Autor de Los nacionalismos, el Estado español y la izquierda, La oveja roja-Viento Sur, Madrid, 2011
Notas:
[1] “El 15-M aumenta su apoyo ciudadano. Tras la movilización, el 68 % expresa su simpatía, más que hace un año”, El País, 20 de marzo de 2012.
[2] Esa política de criminalización también se hizo visible con ocasión de la movilización que se produjo durante la “primavera valenciana” cuando el jefe de la policía en esa Comunidad llegó a calificar de “enemigo” al estudiantado que se manifestaba contra los recortes en educación para así justificar la violencia empleada: la reacción solidaria en los días siguientes frustró esa campaña.
[3] Una querella desde una plataforma del 15M contra el expresidente de Bankia, Rodrigo Rato, ha sido presentada el 14 de junio. Más información en http://15mparato.wordpress.com
[4] Ésa es la definición que hace Sheldon Wolin en Democracia, S.A. (Katz, 2008) y que retoma oportunamente Marcos Roitman en Los indignados. El rescate de la política (Akal, 2012, pp. 21 y ss.) para caracterizar la voluntad capitalista de control sobre todas las esferas de la vida pero sin necesidad de contar para ello con líderes carismáticos.
[5] Utilizo el plural conscientemente ya que no podemos olvidar que nos encontramos con una realidad plurinacional asimétrica en la que, como condición previa para valorar si debe haber un solo “demos” o varios “demoi”, se deberá respetar el derecho a la autodeterminación de pueblos como el vasco, el catalán o el gallego. He desarrollado este y otros temas afines en Los nacionalismos, el Estado español y la izquierda (Los Libros de Viento Sur-La oveja roja, 2012).
Fuente: Le Monde Diplomatique, nº 201, julio de 2012, página 3.
Jaime Pastor
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