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20 ago 2010

Cuando las palabras se mercantilizan

Moll Lila
La unidad básica de significación en cualquier lengua es la palabra y a través de ella nos expresamos. Algunas veces inventamos palabras nuevas y otras veces, con oscuros intereses se utilizan palabras en contextos diferentes a los originales, que cambian radicalmente el significado genuino.
Por poner un ejemplo, los ejércitos hablan de “misiones de paz”, cuando van a someter a otros países después de una guerra. Los grupos pacifistas pusieron en alza la palabra PAZ, en oposición a los conflictos armados, los ejércitos y el uso de la violencia, pero llegaron los gerifaltes militares y se convirtieron en proxenetas de esas tres letras, para hacer parecer sus acciones menos atroces ante la sociedad, justificar así sus abominables crímenes de posguerra y de paso sacar beneficios económicos. (...)
Lo mismo ocurre con la palabra SOLIDARIDAD, que se ha constituido en la palabra estrella de las asociaciones de caridad, confundiendo la “limosna al pobre” con la confraternidad entre personas o grupos que entienden y comprenden la situación sociopolítica de quienes padecen situaciones difíciles, con la consiguiente ayuda de todo tipo, no sólo económica.
Cuando el movimiento de solidaridad con los distintos países de América latina acuña el término, se refiere a compartir sus luchas por la justicia social en la que se incluían proyectos de ayuda material. Las caravanas de apoyo al pueblo saharaui partían de la comprensión de la situación política de un pueblo desterrado al desierto y de la dejadez de los organismos internacionales por arreglar la situación. Se reivindicaba junto con la población afectada una solución al problema y de paso se enviaba ayuda económica. Las almas caritativas simplificaron la palabra solidaridad al hecho de dar comida o dinero y así lavar sus conciencias, por no hablar de algunas ONGs, que se han convertido en el nuevo colonialismo occidental. Hay innumerables ejemplos, que en base a obtener beneficios económicos y con un afán desmedido por ser políticamente correcto y guardar las apariencias, prostituyen las palabras y las emplean sin escrúpulos para cualquier fin. Quizás donde se vea más claro es en la etiqueta de “ecológico” que se pone a diestro y siniestro.



A veces esa dinámica de usurpación y beneficio se extiende hasta la existencia de “gentes” que pretenden robar el nombre a una desaparecida ASOCIACIÓN CULTURAL muy conocida, para montar un bar, teniendo ya más de la mitad del trabajo de promoción hecho. Aunque, con extrañas artimañas, legalmente sea correcto, moralmente constituye un acto de lo más rastrero. Es aprovecharse de un cadáver que en vida tuvo sus ilusiones, sus éxitos y sus fracasos, pero que fue popular, para bien o para mal. Es demostrar que no se tiene imaginación ni coraje para crear algo nuevo con vida propia, con sus ideales e idiosincrasia exclusiva. Es cosa de pijos/as, niñitos/as de papá, que nunca han dado un palo al agua y que siempre se han copiado de todo, eso sí, pero con una visión mercantilista muy clara “piso a quien haga falta”, que les enseñó su familia. Llamemos a las cosas por su nombre.
MOLL LILA

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