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8 jul 2015

Detrás del envase



Roberto Macedonio
Tanto el ser humano como el resto de animales debemos nuestra existencia, además de a todos esos factores y condicionantes que la hacen posible, a la comida. Cada día nos queda a todos más clara la imposibilidad de que el mundo se ponga de acuerdo.




 Pero si hay algo en lo que todos coincidimos es en nuestra concepción del ser humano, de nosotros mismos. Desde pequeños nos enseñan que estamos muy por encima de los animales, y que, en todo caso, si nos consideramos animales, somos una raza superior al resto, pues a diferencia de estos, nosotros razonamos. En cualquier caso, éste es un debate que está cerrado, parece que todo el mundo coincide en dicho planteamiento, ¿o quizás no? Sea como fuere, tenemos mucho que aprender de éstos animales de los que hablo...



            La Real Academia Española define la comida como el conjunto de cosas que se comen o beben para subsistir. En base a esta definición, comemos con el fin de sobrevivir, como todo animal. Sin embargo, en el atascado siglo que atravesamos, parece más bien que comemos para matarnos. Cuando leemos en el supermercado el envoltorio de cualquier alimento, la desidia se apodera de nosotros al ver la interminable lista de “ingredientes” escritos en esa pequeña y confusa letra en el lugar más recóndito del envase. Pero si nos fijamos en ello, nos daremos cuenta de que un refresco de naranja,  lo que menos tiene es naranja, o de que una bolsa de patatas, tiene de todo menos patata. Me da la sensación, ahora, de que los animales tienen una dieta más sana que la nuestra. Anda, parece que nos superan en algo, ¿siguen siendo tan inferiores?



            Las grandes multinacionales alimenticias se defienden bajo ese farisaico discurso de que es necesario el uso de conservantes para el mantenimiento del producto en buen estado. Estoy de acuerdo en que se mantenga el alimento como se debe, sin embargo, ¿qué pasa cuándo ese conservante, lo que no mantiene en muchos casos, es nuestra propia salud?, nada, no pasa nada mientras estas empresas siguen ganando dinero. Quisiera saber si también es necesario el uso de colorantes, aromas, saborizantes, aditivos... No son sino fórmulas para conseguir un sabor único y especial que diferencie un producto de otro en la jungla del mercado de la alimentación. Da igual  que los principales perjudicados seamos nosotros, creyendo tomar algo inofensivo o incluso conveniente seducidos por esas irresistibles campañas de publicidad. Mucho menos importa, que otro gran perjudicado sea el medio ambiente, los animales y su hábitat natural. Da igual porque ellos son inferiores: no razonan. ¡Pero cuidado!, que no le falte la calefacción a nuestro perro (pensarán los ejecutivos de Ferrero, por ejemplo). Sin embargo, si más de 50000 orangutanes mueren a causa de la extracción del aceite vegetal, no pasa nada. ¿Por qué?, porque este aceite potenciará el sabor de mi producto, disminuirá los costes del mismo y aumentarán las ventas. Así llega la fiebre del aceite de palma, que trae consigo la contaminación de los ríos y bosques donde se realiza su extracción, el humo tóxico que deriva de la quema forestal, o la desaparición del hábitat de tantos animales y de especies vegetales. Pero esos animales, como el orangután, (víctima directa de los intereses de estas grandes empresas de alimentación), que comprarte el 97% del ADN con nosotros, es un ser inferior. ¡Qué más da si los matamos!, ¿no recordáis que los animales son inferiores?, lo importante es que nuestros cereales tengan aceite de palma.

Roberto Macedonio Vega
Twitter: @romacedoniovega

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