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12 oct 2014

La auxiliar, la ministra...y el fantasma

Luis E. Ibáñez
"Anoche vino a verme el fantasma de aquel inmigrante sin papeles que murió a las puertas de un hospital de Mallorca después de que se le hubiera negado la atención sanitaria... Alguien, desde el otro lado, le había relatado la historia de las espurias relaciones del Primer Mundo con África...

El fantasma me dijo que justo en el momento en que exhalaba sin fuerza su último suspiro, nos maldijo a todos, y se fue en paz"

Lo primero, y lo más importante, mi solidaridad con la trabajadora española infectada de ébola, mi dolor por ella, mi afecto sincero, para ella y para sus familiares y amigos. Porque somos humanos y, al final, es la intrahistoria de los anónimos la que siempre paga, esa capa de abajo que está conformada por la gente que trabaja, por esas personas que cogen el metro, el autobús, que se toman un rápido bocadillo, casi sin tiempo, pero sin negar la sonrisa y hasta la conversación al camarero que conocen, el del barrio. Esas personas que, aunque tengan prisa, se paran a hablar con ese señor mayor, su vecino, ese pensionista que cuenta cómo no le llega la maldita pensión para pagar la luz, para copagar (vaya mierda de palabra) su medicación, y le sostienen la palabra, la sonrisa, y hasta le dan un beso, mientras piensan que va a llover y que se han dejado la colada tendida, y que se les ha olvidado comprar salchichón para el bocadillo de su hijo... esas personas que hacen que todo siga girando, más o menos... esos seres humanos, de los de aquí abajo, de los del trote diario... 

Ellos son los que sufren las consecuencias de este caos asesino, de tanta sinvergonzonería, de tanta improvisación criminal, esas personas como ella, esa trabajadora del hospital, de las nuestras, de las que tiene que calcular por la noche, en mitad del insomnio, si puede comprar ese sofá que tanto le gusta.
Y mientras todo ocurre como siempre ocurre, desde el plasma indecente, una mujer de plástico nos dice nada. Una mujer artificial, de juguete caducado, trasnochado, una mujer mimada y consentida. Una mujer con mucho dinero llegado de dios sabe dónde. Una mujer que no puede perder el tiempo con nosotros, con asuntos vulgares, una mujer que necesita ir urgentemente a su garaje para ver si el Tío Gilito le ha dejado algún jaguar nuevo que ella no conocía.
Una mujer que ni quiere hablar, ni sabe hablar. 
Su nombre, Ana Mato. Es la ministra de Sanidad del Reino de España, la última responsable de todo, la que no se entiende cómo coño sigue ahí, tan tranquila, tan muda, tan inhumana.
Lo segundo. Anoche vino a verme el fantasma de aquel inmigrante sin papeles que murió a las puertas de un hospital de Mallorca, después de que se le hubiera negado la atención sanitaria. 
Me contó muchas cosas, informaciones que había recibido ahora, desde el otro lado. Alguien le había relatado la historia de las espurias relaciones del Primer Mundo con África. Le había explicado cómo ese continente maravilloso, su tierra, había sido esquilmado durante siglos, cómo le habían robado, desde el mundo civilizado, toda su riqueza. Cómo la habían invadido. Cómo la habían esclavizado. Cómo, después de estrujarla, de ultrajarla, la habían dejado tirada, abandonada a su suerte, al pairo de la Historia, como una puta olvidada en una esquina del arrabal planetario, enferma, sin habla, sin voz, sin nada, si acaso útil para nuevos botines, para nuevos ensayos asesinos, como un estercolero invisible de uso exclusivo para el mundo civilizado. 
Ese alguien también le dijo que mientras el 90% de las enfermedades vivían felices en el Tercer Mundo, y sólo el 10% se atrevían a visitar el Primero, el 90% del gasto sanitario, de la inversión en medicina, de las estrategias preventivas, era para el Primer Mundo, y sólo el 10% para el Tercero, para África, para los eternos olvidados.
El fantasma me dijo que fue entonces cuando recordó que justo antes de morir, aquí, a las puertas cerradas para él de un hospital español solo para españoles, justo en el momento en que exhalaba sin fuerza su último suspiro, nos maldijo a todos, y se fue en paz.
Y el fantasma sonriendo añadió: "Y no me arrepiento..."
Y ahora, la vieja alcahueta, la hipócrita Europa, la madame de todos los pecados, da un tirón de orejas a la obediente España por no haber cerrado bien las puertas del burdel, las puertas de un palacio que ya no existe.
Para morirse.
¿Cómo es eso que dicen que tenemos que hacer los profesores en las escuelas, en los institutos? Sí, ya saben, eso de "educar en valores".
¿Por dónde empezamos?




Luis Enrique Ibáñez Cepeda
http://dueloliterae.blogspot.com.es/2014/10/la-auxiliar-la-ministra-y-africa-por.html?m=1

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